Alegres éramos, de Elvio Romero | Poema

    Poema en español
    Alegres éramos

    Usted sabe, señor, 
    qué alegría colgaba en la floresta; 
    qué alegría severa 
    como raigambre sudorosa; 
    cómo el alegre polvo veraniego 
    fulguraba en su lámina esplendente, 
    cómo, ¡qué alegremente andábamos! 

    ¡Qué alegremente andábamos! 

    Usted sabe, señor, 
    usted ha visto cómo 
    la lluvia torrencial sempiterna caía 
    sobre un textil aroma de bejucos salvajes 
    y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos 
    su flora resbalosa, 
    su acuosa florería. 

    Usted sabe, señor, 
    cómo los sementales retozaban 
    hartos de florecer, jubilosos de hartazgo, 
    con qué poder la noche deponía 
    su amargura en la altura del rocío 
    tal como deponía la desdicha 
    su arma en las arboledas. 

    Usted sabe qué alegre 
    aflicción de racimos por las ramas 
    en frutal arco iris vespertino; 
    cómo alegres luciérnagas subían 
    a encender las estrellas, 
    a conducir azahares que estallaban 
    como emoción nupcial o lumbraradas. 

    Usted sabe, señor, 
    que antes de que aquí se enseñoreara 
    la pobreza, frunciendo hasta las hojas, 
    desesperando el aire, 
    bien sabe, bien conoce 
    que cualquier miserable aquí podía 
    fortificar un canto en su garganta, 
    en su pecho opulento. 

    ¡Cómo podías reír, muchacha mía, 
    juvenil, cómo izabas 
    una sonrisa fértil como un grano, 
    cómo te coronaban los jazmines 
    y cómo yo apuraba 
    mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos! 

    Antes, antes de la amargura, 
    antes de que sorbiéramos 
    un caudaloso cáliz de indigencias boreales, 
    antes de que amarraran los perfumes, 
    que en su reverso el sol guardase el hambre, 
    ¡qué alegres caminábamos! 

    Antes, 
    antes de que el aura ofendieran, 
    de arrancar la raíz sangrándole los bulbos, 
    antes del mayoral, del tiro, antes del látigo, 
    qué alegría, señor, 
    ¡qué alegremente andábamos! 

    • Usted sabe, señor, 
      qué alegría colgaba en la floresta; 
      qué alegría severa 
      como raigambre sudorosa; 
      cómo el alegre polvo veraniego 
      fulguraba en su lámina esplendente, 
      cómo, ¡qué alegremente andábamos! 

      ¡Qué alegremente andábamos!