Escribo y sé que mi escritura es falsa, porque tan sólo vierte a golpes mínimos —deformado en la lucha— un pensamiento que, internándose en mí, buscó crecerse. Tal vez en el silencio su armonía mejor aumenta y da mejor su fuerza. ¿Por qué me obliga entonces a escribirlo? ¿Es aire mi papel? ¿Aire es la pluma? La tinta ¿es aire? Y mi memoria ¿piensa en mi cuerpo —que es aire— su intención?... Y no escribo. Me voy a otro mandato que, enfrentándose a mí, va conduciendo mi ausencia, ya total, a su destino. Cojo el papel, lo quemo, y todo el aire sostiene, escrito en él, a un pensamiento.
Sienta la soledad su pulso entre pinceles y el pensamiento enreda sus blandas serpentinas; cíñense los recuerdos sus plumajes de niebla y cúrvase el silencio maduro de armonía.