Tan blanca, sin figura, ya tu mano levanta la esquina de mi sueño... ¿Por dónde va tu carne? ¡Qué huida!: Monte, luz, aire... Mas tu mano en mi sueño: ¡qué rama baja el cielo!... Este brazo tan largo me va a unir con tu alma.
¡Qué alamedas de sangre para entrar en tu cuerpo! Tus dedos -¡qué raíces!-, me clavan, me desclavan —¡qué alegría!—; me llevan, me desencarnan vivo, me meten por tus venas, me arrastran, suben, suben por dentro de ti –fuera-: sangre, monte, luz, aire... ¡Qué alegría! ¡Qué huida arriba, arriba, arriba...
—¿Adónde?— Adónde vuelas, arriba adónde escapas; por dónde va tu carne sin vista ya y sin tacto; sin calor, viva, pura, eternidad latiendo cielo ya toda y árbol.
Sienta la soledad su pulso entre pinceles y el pensamiento enreda sus blandas serpentinas; cíñense los recuerdos sus plumajes de niebla y cúrvase el silencio maduro de armonía.