Nada tiene que ver el dolor con el dolor, de Enrique Lihn | Poema

    Poema en español
    Nada tiene que ver el dolor con el dolor

    Nada tiene que ver el dolor con el dolor 
    nada tiene que ver la desesperación con la desesperación 
    Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas 
    No hay nombres en la zona muda 
    Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes 
    acicalada hasta la repugnancia, y los médicos 
    son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios usuarios 
    la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen 
    porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora 
    Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto 
    todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas 
    y éste no es más que otro modo de viciarlas 
    Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte -la niña 
    de sus ojos- un querido problema 
    la ciencia lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere 
    su nódulo insoluble sellando una pleura, para empezar 
    Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación 
    Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener 
    ciertas formas como ahora en esta consulta 
    Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto 
    y absurdo, y qué va, diré algo, pero razonable 
    mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa 
    zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser 
    cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojalá previamente de sí mismo 
    esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es 
    su presupuesto 
    Invoco en la consulta al Dios 
    de la no mismidad, pero sabiendo que se trata 
    de otra ficción más 
    sobre la unión de Oriente y Occidente 
    de acápites, comentarios y prólogos 
    Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender 
    para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio 
    que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas 
    de una ciencia imposible e igualmente válida 
    un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos 
    que viviera una fracción de segundo a la manera del resplandor 
    y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia 
    del dolor que del placer, con una sonriente 
    desesperación, pero esto es ya decir 
    una mera obviedad con el apoyo 
    de una figura retórica 
    mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje desconocido 
    ante el cual soy como un babuino llamado por extraterrestres a interpretar 
    el lenguaje humano 
    Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma 
    de eso que acompañó a la inocencia al orgasmo a todos y a cada uno 
    de los momentos que improntaron la memoria 
    con impresiones desaforadas 
    Cuando en la primera polución 
    -mucho más mística que la primera comunión- pensabas en Isabel 
    ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgástrico de esa creatura 
    que si vivió lo hizo para otros diluyéndose para ti carnalmente en el tiempo de los demás 
    sin dejar más que el rastro de su resplandor en tu memoria 
    eso era la muerte y la muerte advino y devino 
    el click de la máquina de memorizar esa repugnante devoradora 
    acicalada en palabras como éstas tu poesía, en suma es la muerte 
    el sueño de la letra donde toda incomodidad tiene su asiento 
    la cárcel de tu ser que te privaba del otro nombre de amor escrito silenciosamente en el muro 
    o figuras obscenas untadas de vómito 
    tu vida que -otra palabra- se deslizó, sin haberse podido 
    engrupir en lo existente detenerse en lo pasajero hundir el hocico 
    feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno 
    con el amor como con una piedra 
    la muerte fue la que se disfrazó de mujer en el altillo 
    de una casa de piedra y para ti de sombra y humo y nada 
    porque ya no podías enamorar a su dueña, temblando 
    del placer de perderla bajo una claraboya con telarañas 
    tienes que reconstituir ese momento ahora que la dueña de la casa es la muerte 
    y no la otra, esa nada ese humo esa sombra 
    darte el placer de ser ella y de unirte a ella como los labios de Freud 
    que se besan a sí mismos