Señorita: Usted es una primavera total, definitiva.
Si en la vida todo el mundo se pareciera a usted, no existiría la miseria ni el dolor, ni el hambre. Los arados cantarían una canción de frutos y la tierra —al sentir los pasos de la aurora sobre su piel morena— se despertaría llena de optimismo y más deseosa de ser madre de sonoros vegetales.
Si los ríos se parecieran a sus cabellos, en cada una de sus translúcidas escamas viajaría complacida una semilla de ternura. Las armas no tendrían necesidad de existir si la brisa que sopla sobre los dolientes cuerpos de muchos países fuera igual a su aliento. Si la vida en todo el mundo se pareciera a usted, habría paz, trabajo y progreso.
Señorita: Háganos un favor a los seres humanos que vivimos pisoteados, a los que jamás hemos tenido un castillo de espumas frente al día a los que nunca hemos sabido lo que es sentir un sol revoloteando dentro del pecho, a los que masticamos sombras por masticar violines a nosotros que somos cadenas de sufrimiento aparentando hombres.
Háganos el favor, señorita. Enséñele a la vida a ser como usted. Usted puede. yo estoy seguro de ello.
Háganos el favor. No se niegue. Oiga: Todo lo que debe hacer es esto: Sonreír con esa sonrisa que tiene más luceros que átomos el mundo. Sin dejar de sonreír párese frente a la vida. Dígale que la mire fijamente... Y si no la comprende, háblele claro. Insúltela por sucia, por mugrosa, por antihigiénica. Dígale que se bañe. Que se peine. Que se cure esas pústulas que le cubren el cuerpo y que parece manchas de tinta señalando poblados en un mapa.
Después, enséñele a sonreír como usted: con ciclones de amor. Porque eso es lo que necesitamos: Amor.
Háganos el favor, señorita. Enséñele a la vida a ser como usted. Usted puede. yo estoy seguro de ello.