¿No te da tristeza? Bueno, a mí no sé qué me da ¡se van los viejos! Los pobres poquito a poco se van. Y se van tan despacito que ni lo sienten, ¿será el consuelo de saber que se habrán de ir en paz? ¡Ah! Todo es inútil: nada los detendrá: ¿pasarán este otoño, o el invierno otra vez los hallará contándonos por las noches cosas de la mocedad? Y cuando no estén, ¿durante cuánto tiempo aún se oirá su voz querida en la casa desierta? ¿Cómo serán en el recuerdo las caras que ya no veremos más? ¡Que ya no veremos! ¿Nunca se te ha ocurrido pensar en el silencio que dejan aquellos que se nos van? Y en nosotros mismos, piensas alguna vez, ¿es verdad? En nosotros, que también nos tendremos que callar. Cuando nos llegue la hora como a los viejos, ¿habrá para nosotros la dulce confortación familiar que tanto alivia? ¿Qué labio piadoso nos besará? ¿Nos sentiremos muy solos? ¿Y nos iremos en paz?