Blanca tortuga,
luna dormida,
¡qué lentamente
caminas!
Cerrando un párpado
de sombras, miras
cual arqueológica
pupila.
Que quizá sea...
(Satán es tuerto)
una reliquia.
Viva lección
para anarquistas.
Jehová acostumbra
sembrar su finca
con ojos muertos
y cabecitas
de sus contrarias
milicias.
Gobierna rígido
la faz divina
con su turbante
de niebla fría,
poniendo dulces
astros sin vida
al rubio cuervo
del día.
Por eso, luna,
¡luna dormida!,
vas protestando
seca de brisas,
del gran abuso
la tiranía
de ese Jehová
que os encamina
por una senda,
¡siempre la misma!,
mientras él goza
en compañía
de Doña Muerte,
que es su querida...
Blanca tortuga,
luna dormida,
casta Verónica
del sol que limpias
en el ocaso
su faz rojiza.
Ten esperanza,
muerta pulida,
que el Gran Lenín
de tu campiña
será la Osa
Mayor, la arisca
fiera del cielo
que irá tranquila
a dar su abrazo
de despedida
al viejo enorme
de los seis días.
Y entonces, luna
blanca, vendría
el puro reino
de la ceniza.
(Ya habréis notado
que soy nihilista.)