A Ramón P. Roda.
Hay dulzura infantil
en la mañana quieta.
Los árboles extienden
sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
cubre las sementeras,
y las arañas tienden
sus caminos de seda
-rayas al cristal limpio
del aire-.
En la alameda
un manantial recita
su canto entre las hierbas.
Y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
ignorado y humilde,
el paisaje contempla.
La divina quietud
de la Naturaleza
le dio valor y fe,
y olvidando las penas
de su hogar, deseó
ver el fin de la senda.
Echó a andar e internose
en un bosque de yedras
y de ortigas. En medio
había dos ranas viejas
que tomaban el sol,
aburridas y enfermas.
'Esos cantos modernos
-murmuraba una de ellas-
son inútiles'. 'Todos,
amiga -le contesta
la otra rana, que estaba
herida y casi ciega-.
Cuando joven creía
que si al fin Dios oyera
nuestro canto, tendría
compasión. Y mi ciencia,
pues ya he vivido mucho,
hace que no lo crea.
Yo ya no canto más...'
Las dos ranas se quejan
pidiendo una limosna
a una ranita nueva
que pasa presumida
apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
el caracol se aterra.
Quiere gritar. No puede.
Las ranas se le acercan.
'¿Es una mariposa?',
dice la casi ciega.
'Tiene dos cuernecitos
-la otra rana contesta-.
Es el caracol. ¿Vienes,
caracol, de otras tierras?”
'Vengo de mi casa y quiero
volverme muy pronto a ella'.
'Es un bicho muy cobarde
-exclama la rana ciega-.
¿No cantas nunca?' 'No canto',
dice el caracol. '¿Ni rezas?'
'Tampoco: nunca aprendí'.
'¿Ni crees en la vida eterna?'
'¿Qué es eso?
'Pues vivir siempre
en el agua más serena,
junto a una tierra florida
que a un rico manjar sustenta'.
'Cuando niño a mí me dijo
un día mi pobre abuela
que al morirme yo me iría
sobre las hojas más tiernas
de los árboles más altos'.
'Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
nosotras. Creerás en ella',
dicen las ranas furiosas.
'¿Por qué quise ver la senda?
-gime el caracol-. Sí creo
por siempre en la vida eterna
que predicáis...'
Las ranas,
muy pensativas, se alejan.
y el caracol, asustado,
se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
'¿Crees tú en la vida eterna?'
'Yo no', dice muy triste
la rana herida y ciega.
'¿Por qué hemos dicho, entonces,
al caracol que crea?'
'Por qué... No sé por qué
-dice la rana ciega-.
Me lleno de emoción
al sentir la firmeza
con que llaman mis hijos
a Dios desde la acequia...'
El pobre caracol
vuelve atrás. Ya en la senda
un silencio ondulado
mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
arrastrando tras ellas
a otra hormiga que tiene
tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
'Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
a vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita'.
La hormiga, medio muerta,
dice muy tristemente:
'Yo he visto las estrellas.'
'¿Qué son las estrellas?', dicen
las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
pensativo: '¿Estrellas?'
'Sí -repite la hormiga-,
he visto las estrellas,
subí al árbol más alto
que tiene la alameda
y vi miles de ojos
dentro de mis tinieblas'.
El caracol pregunta:
'¿Pero qué son las estrellas?'
'Son luces que llevamos
sobre nuestra cabeza'.
'Nosotras no las vemos',
las hormigas comentan.
Y el caracol: 'Mi vista
sólo alcanza a las hierbas.'
Las hormigas exclaman
moviendo sus antenas:
'Te mataremos; eres
perezosa y perversa.
El trabajo es tu ley.'
'Yo he visto a las estrellas',
dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
'Dejadla que se vaya.
seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
ya rendida se muera'.
Por el aire dulzón
ha cruzado una abeja.
La hormiga, agonizando,
huele la tarde inmensa,
y dice: 'Es la que viene
a llevarme a una estrella'.
Las demás hormiguitas
huyen al verla muerta.
El caracol suspira
y aturdido se aleja
lleno de confusión
por lo eterno. 'La senda
no tiene fin -exclama-.
Acaso a las estrellas
se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas'.
Todo estaba brumoso
de sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
llaman gente a la iglesia,
y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
aturdido e inquieto,
el paisaje contempla.
Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936) fue un poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27. Desde pequeño entró en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comenzó a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Formó parte de El Rinconcillo, tertulia de los artistas granadinos, donde conoció a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realizó una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, que inspiraron su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En 1919 se instaló en la Residencia de Estudiantes de Madrid, coincidiendo con numerosos artistas e intelectuales como Luis Buñuel, Rafael Alberti o Salvador Dalí. Allí empezó a florecer su actividad literaria, con la publicación de obras como Libro de poemas (1921) o El maleficio de la mariposa (1920). En 1929 viajó a Nueva York por sugerencia de Fernando de los Ríos, plasmando este viaje en Poeta en Nueva York, que se publicaría cuatro años después de su muerte, en 1940. En 1931 fundó el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro. Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hizo crecer más su popularidad con el estreno de Bodas de Sangre y a su vuelta a España, un año después, siguió publicando diversas obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba. En 1936, al regresar a Granada, fue detenido y fusilado por sus ideas liberales.