Los encuentros de un caracol aventurero, de Federico García Lorca | Poema

    Poema en español
    Los encuentros de un caracol aventurero

    A Ramón P. Roda. 
     
    Hay dulzura infantil 
    en la mañana quieta. 
    Los árboles extienden 
    sus brazos a la tierra. 
    Un vaho tembloroso 
    cubre las sementeras, 
    y las arañas tienden 
    sus caminos de seda 
    -rayas al cristal limpio 
    del aire-. 

    En la alameda 
    un manantial recita 
    su canto entre las hierbas. 
    Y el caracol, pacífico 
    burgués de la vereda, 
    ignorado y humilde, 
    el paisaje contempla. 
    La divina quietud 
    de la Naturaleza 
    le dio valor y fe, 
    y olvidando las penas 
    de su hogar, deseó 
    ver el fin de la senda. 

    Echó a andar e internose 
    en un bosque de yedras 
    y de ortigas. En medio 
    había dos ranas viejas 
    que tomaban el sol, 
    aburridas y enfermas. 

    'Esos cantos modernos 
    -murmuraba una de ellas- 
    son inútiles'. 'Todos, 
    amiga -le contesta 
    la otra rana, que estaba 
    herida y casi ciega-. 
    Cuando joven creía 
    que si al fin Dios oyera 
    nuestro canto, tendría 
    compasión. Y mi ciencia, 
    pues ya he vivido mucho, 
    hace que no lo crea. 
    Yo ya no canto más...' 

    Las dos ranas se quejan 
    pidiendo una limosna 
    a una ranita nueva 
    que pasa presumida 
    apartando las hierbas. 

    Ante el bosque sombrío 
    el caracol se aterra. 
    Quiere gritar. No puede. 
    Las ranas se le acercan. 

    '¿Es una mariposa?', 
    dice la casi ciega. 
    'Tiene dos cuernecitos 
    -la otra rana contesta-. 
    Es el caracol. ¿Vienes, 
    caracol, de otras tierras?” 

    'Vengo de mi casa y quiero 
    volverme muy pronto a ella'. 
    'Es un bicho muy cobarde 
    -exclama la rana ciega-. 

    ¿No cantas nunca?' 'No canto', 
    dice el caracol. '¿Ni rezas?' 
    'Tampoco: nunca aprendí'. 
    '¿Ni crees en la vida eterna?' 

    '¿Qué es eso? 
    'Pues vivir siempre 
    en el agua más serena, 
    junto a una tierra florida 
    que a un rico manjar sustenta'. 

    'Cuando niño a mí me dijo 
    un día mi pobre abuela 
    que al morirme yo me iría 
    sobre las hojas más tiernas 
    de los árboles más altos'. 

    'Una hereje era tu abuela. 
    La verdad te la decimos 
    nosotras. Creerás en ella', 
    dicen las ranas furiosas. 

    '¿Por qué quise ver la senda? 
    -gime el caracol-. Sí creo 
    por siempre en la vida eterna 
    que predicáis...' 
    Las ranas, 
    muy pensativas, se alejan. 
    y el caracol, asustado, 
    se va perdiendo en la selva. 

    Las dos ranas mendigas 
    como esfinges se quedan. 
    Una de ellas pregunta: 
    '¿Crees tú en la vida eterna?' 
    'Yo no', dice muy triste 
    la rana herida y ciega. 

    '¿Por qué hemos dicho, entonces, 
    al caracol que crea?' 
    'Por qué... No sé por qué 
    -dice la rana ciega-. 
    Me lleno de emoción 
    al sentir la firmeza 
    con que llaman mis hijos 
    a Dios desde la acequia...' 

    El pobre caracol 
    vuelve atrás. Ya en la senda 
    un silencio ondulado 
    mana de la alameda. 

    Con un grupo de hormigas 
    encarnadas se encuentra. 
    Van muy alborotadas, 
    arrastrando tras ellas 
    a otra hormiga que tiene 
    tronchadas las antenas. 

    El caracol exclama: 
    'Hormiguitas, paciencia. 
    ¿Por qué así maltratáis 
    a vuestra compañera? 

    Contadme lo que ha hecho. 
    Yo juzgaré en conciencia. 
    Cuéntalo tú, hormiguita'. 

    La hormiga, medio muerta, 
    dice muy tristemente: 
    'Yo he visto las estrellas.' 

    '¿Qué son las estrellas?', dicen 
    las hormigas inquietas. 
    Y el caracol pregunta 
    pensativo: '¿Estrellas?' 

    'Sí -repite la hormiga-, 
    he visto las estrellas, 
    subí al árbol más alto 
    que tiene la alameda 
    y vi miles de ojos 
    dentro de mis tinieblas'. 

    El caracol pregunta: 
    '¿Pero qué son las estrellas?' 
    'Son luces que llevamos 
    sobre nuestra cabeza'. 
    'Nosotras no las vemos', 
    las hormigas comentan. 
    Y el caracol: 'Mi vista 
    sólo alcanza a las hierbas.' 

    Las hormigas exclaman 
    moviendo sus antenas: 
    'Te mataremos; eres 
    perezosa y perversa. 
    El trabajo es tu ley.' 

    'Yo he visto a las estrellas', 
    dice la hormiga herida. 
    Y el caracol sentencia: 
    'Dejadla que se vaya. 
    seguid vuestras faenas. 
    Es fácil que muy pronto 
    ya rendida se muera'. 

    Por el aire dulzón 
    ha cruzado una abeja. 
    La hormiga, agonizando, 
    huele la tarde inmensa, 
    y dice: 'Es la que viene 
    a llevarme a una estrella'. 

    Las demás hormiguitas 
    huyen al verla muerta. 

    El caracol suspira 
    y aturdido se aleja 
    lleno de confusión 
    por lo eterno. 'La senda 
    no tiene fin -exclama-. 
    Acaso a las estrellas 
    se llegue por aquí. 

    Pero mi gran torpeza 
    me impedirá llegar. 
    No hay que pensar en ellas'. 

    Todo estaba brumoso 
    de sol débil y niebla. 
    Campanarios lejanos 
    llaman gente a la iglesia, 
    y el caracol, pacífico 
    burgués de la vereda, 
    aturdido e inquieto, 
    el paisaje contempla.

    Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936) fue un poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27. Desde pequeño entró en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comenzó a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Formó parte de El Rinconcillo, tertulia de los artistas granadinos, donde conoció a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realizó una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, que inspiraron su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En 1919 se instaló en la Residencia de Estudiantes de Madrid, coincidiendo con numerosos artistas e intelectuales como Luis Buñuel, Rafael Alberti o Salvador Dalí. Allí empezó a florecer su actividad literaria, con la publicación de obras como Libro de poemas (1921) o El maleficio de la mariposa (1920). En 1929 viajó a Nueva York por sugerencia de Fernando de los Ríos, plasmando este viaje en Poeta en Nueva York, que se publicaría cuatro años después de su muerte, en 1940. En 1931 fundó el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro. Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hizo crecer más su popularidad con el estreno de Bodas de Sangre y a su vuelta a España, un año después, siguió publicando diversas obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba. En 1936, al regresar a Granada, fue detenido y fusilado por sus ideas liberales.