¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse justamente,
que sin tener cuidado
de la malicia y lengua de la gente,
a la virtud contraria,
la suya pasa en vida solitaria!
¡Dichoso el que no mira
del altivo señor las altas casas,
ni de mirar se admira
fuertes colunas oprimiendo basas,
en las soberbias puertas,
a la lisonja eternamente abiertas!
Los altos frontispicios,
con el noble blasón de sus pasados,
los bélicos oficios,
de timbres y banderas coronados,
desprecia y tiene en menos
que en el campo los olmos, de hojas llenos.
Ni sufre al confiado
en quien puede morir, y que al fin muere,
ni humilde al levantado
con vanas sumisiones le prefiere,
sin ver que no hay coluna
segura en las mudanzas de fortuna.
Ni va sin luz delante
del señor poderoso, que atropella
sus fuerzas arrogante,
pues es mejor de noche ser estrella,
que por la compañía
del sol dorado no lucir de día.
¡Dichoso el que apartado
de aquellos que se tienen por discretos,
no habla desvelado
en sutiles sentencias y concetos,
ni inventa voces nuevas,
más de ambición que del ingenio pruebas!
Ni escucha al malicioso
que todo cuanto ve le desagrada,
ni al crítico en enfadoso
teme la esquiva condición, fundada
en la calumnia sola,
fuego activo del oro que acrisola.
Ni aquellos arrogantes
por el verde laurel de alguna ciencia,
que llaman ignorantes
los que tienen por sabios la experiencia,
porque la ciencia en suma
no sale del laurel, mas de la pluma.
No da el saber el grado
sino el ingenio natural del arte
y estudio acompañado,
que el hábito y los cursos no son parte,
ni aquella ilustre rama,
faltando lo esencial, para dar fama.
¡Oh cuántos hay que viven
a sus cortas esferas condenados!
Hoy lo que ayer escriben,
ingenios como espejos que quebrados
muestran siempre de un modo
lo mismo en cualquier parte que en todo.
¡Dichoso pues mil veces
el solo que en su campo, descuidado
de vanas altiveces,
cuanto rompiendo va con el arado
baña con la corriente
del agua que destila de su frente.
El ave sacra a Marte
le despierta del sueño perezoso,
y el vestido sin arte
traslada presto al cuerpo, temeroso
de que la luz del día
por las quiebras del techo entrar porfía.
Revuelve la ceniza,
sopla el humoso pino mal quemado;
el animal se eriza
que estaba entre las pajas acostado,
ya a la tiniebla huye
y lo que hurtó a la luz le restituye.
El pobre almuerzo aliña,
come y da de comer a los dos bueyes,
y en el barbecho o viña,
sin envidiar los patios de los reyes,
ufano se pasea
a vista de las casas de su aldea.
Y son tan derribadas,
que aun no llega el soldado a su aposento,
ni sus armas colgadas
de sus paredes vio, ni el corpulento
caballo estar atado
al humilde pesebre del ganado.
Caliéntase el enero,
alrededor de sus hijuelos todos,
a un roble, ardiendo entero,
y allí contando de diversos modos,
de la estranjera guerra
duerme seguro, y goza de su tierra.
Ni deuda en plazo breve,
ni nave por la mar su paz impide,
ni a la fama se atreve,
con el reloj del sol sus horas mide,
y la incierta postrera,
ni la teme cobarde, ni la espera.