Hermosas alamedas, de Félix Lope de Vega | Poema

    Poema en español
    Hermosas alamedas

    Hermosas alamedas 
    deste prado florido 
    por donde entrar el sol pretende en vano; 
    fuentes puras y ledas, 
    que con manso rüido 
    a las aves lleváis el canto llano; 
    monte de nieve cano, 
    a quien te mira plata, 
    hasta que el sol en agua te desata; 

    con diferentes ojos 
    os miran mis cuidados, 
    pareciéndome espejos diferentes, 
    pues veo los enojos 
    de los tiempos pasados, 
    para llorar que los perdí presentes; 
    montes, árboles, fuentes, 
    estadme un rato atentos; 
    veréis que he puesto en paz mis pensamientos. 

    En gran lugar se puso, 
    ¡oh, santas soledades!, 
    quien goza el bien que vuestro campo encierra 
    y libre del confuso 
    rumor de las ciudades, 
    es dueño de sí mismo en poca tierra, 
    adonde ni la guerra 
    sus paces interrompe, 
    ni ajeno yugo su silencio rompe. 

    Ni por oficio grave 
    que el más indigno tenga, 
    la envidia o lisonja le lastima, 
    ni espera que la nave 
    del indio a España venga 
    preñada del metal que el mundo estima: 
    ya el duro mar la oprima, 
    o ya segura quede, 
    ni le puede quitar, ni darle puede. 

    Ni amor con blando sueño 
    de imaginar süave 
    al suyo dio solícitos desvelos, 
    ni adora tierno dueño, 
    ni se queja del grave, 
    ni sus méritos puso contra celos; 
    que si a los mismos cielos 
    no toca el señorío, 
    ¿por qué ha de ser esclavo el albedrío? 

    Agradecida mira 
    la planta, que a su mano, 
    porque la puso, le rindió tributo; 
    y contento, se admira 
    de ver que el cortesano 
    de tantas esperanzas pierda el fruto; 
    que no hay rey absoluto 
    como el que por sus leyes 
    conoce desde lejos a los reyes. 

    Siempre el hombre discreto 
    donde el poder alcanza 
    el apariencia del vivir limita; 
    dichoso el que este efeto 
    ha dado a su esperanza, 
    y del caer las ocasiones quita; 
    si en la tierra que habita 
    los ojos pone atentos, 
    aun no pasa de allí los pensamientos. 

    Quien no sirve ni ama, 
    ni teme ni desea, 
    ni pide ni aconseja al poderoso, 
    y con honesta fama 
    en su aumento se emplea, 
    sólo puede llamarse venturoso. 
    ¡Oh mil veces dichoso 
    quien no tiene enemigo 
    y todos le codician por amigo!

    Lope de Vega fue uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y uno de los más prolíficos de la literatura universal. Cultivó todos los géneros literarios: desde las obras pastoriles La Arcadia y Los pastores de Belén, en las incluyó numerosos poemas, hasta la novela bizantina El peregrino en su patria, que incluye cuatro autos sacramentales, pasando por las novelas cortas de tipo italianizante La Filomena y La Circe. A la tradición de La Celestina, se adscribe La Dorotea, donde narra sus frustrados amores juveniles con Elena Osorio. Sin embargo, donde realmente vemos al Lope renovador es en el género dramático. Después de una larga experiencia escribiendo para la escena, compuso el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, donde expone sus teorías dramáticas. Sus obras más conocidas son las que tratan los problemas de abusos por parte de los nobles, situaciones frecuentes en el panorama político de la España del siglo XV. Entre ellas se encuentran: Fuente Ovejuna, El mejor alcalde, el rey, Peribáñez y el comendador de Ocaña y El caballero de Olmedo. De tema amoroso son La doncella Teodora, El perro del hortelano, El castigo del discreto, La hermosa fea y La moza de cántaro.