Entre montes, por áspero camino, tropezando con una y otra peña, iba un viejo cargado con su leña maldiciendo su mísero destino. Al fin cayó, y viéndose de suerte que apenas levantarse ya podía, llamaba con colérica porfía una, dos y tres veces a la muerte. Armada de guadaña, en esqueleto La Parca se le ofrece en aquel punto; pero el viejo, temiendo ser difunto, lleno más de terror que de respeto, trémulo la decía y balbuciente: «Yo... señora... os llamé desesperado; pero... -Acaba; ¿qué quieres, desdichado? -Que me carguéis la leña solamente.» Tenga paciencia quien se cree infelice; que aun en la situación más lamentable es la vida del hombre siempre amable: El viejo de la leña nos lo dice.
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
Un maldito gorrión así decía a una liebre, que una águila oprimía: «¡No eres tú tan ligera, que si el perro te sigue en la carrera, lo acarician y alaban como al cabo acerque sus narices a tu rabo? Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,