Si usted no tiene una cuenta en Suiza no entenderá este poema, no entenderá las noticias, las causas de la guerra, las semanas de siete días.
Porque si usted no tiene una cuenta en Suiza no es nadie. No está invitado a la fiesta. Le servirá de poco vocear las condiciones climáticas, conocer el interés de la deuda o la longitud del riesgo, los costes de la llamada o su anchura de pecho, el largo de chaqueta o su contorno de cuello; el producto interior cero en sobres cerrados allende los impuestos.
Yo no tengo una cuenta en Suiza pero me gustaría ocultarla. Me gustaría barajar las cartas, partir el bacalao, transferir la divisa según la franja horaria, estafar con el reglamento en la mano, explotar una burbuja; con una nariz anónima oler el mercado negro, especular con el precio del precio hasta que no cupieran los ceros en un cheque en blanco.
Si usted no tiene una cuenta corriente en Suiza debería tenerla, vacía, para entender este poema.