Paseo todas las tardes, a las cinco.
Recorro las aceras colindantes
a la tienda de tu helado favorito,
los sitios propicios para encontrarte.
Salgo a pasear, a imaginarte
en los vestidos de los escaparates,
en los carteles de taquilla cerrada,
protagonistas de un nuevo romance.
Paseo siguiendo las huellas ficticias
de tus zapatos verdes. Tus tobillos
me encienden inexplicablemente las mejillas.
De repente, como dos paralelas se visitan,
de sorpresa nos hemos visto. La he visto
y sincero la he mirado, y más dulce la imagino.
Me giran sus piernas y su espalda no gira.
Paseo y mientras tanto, la imagino paseando.
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
Llueve a cántaros.
La piel es como un cristal.
Vida en cascada.
Paisaje y compañía
dispersos en la memoria.
El rastro de las caricias sobre
el vaho de lo inconfesable.
Los hay que no pueden dejar de fumar,
los hay alcohólicos y cada siete días,
los hay adictos a la coca, a la heroína,
a la próxima forma de evadir o alucinar.
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele
cerrar cualquier libro por su verdad final.
Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia,
el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par.
A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos.
El ángel ya no me mira
a los ojos a la cara.
El ángel utiliza cola blanca
para sus plumas gallináceas para vuelo.
Ni es
blanco, negro
erróneo, eficaz
propio, ajeno
mudo, locuaz
esfuerzo, recreo
ciego, perspicaz
pulcro, obsceno
no es
el amor
núcleo del ser,
todo lo demás
Ya sé lo que me pasa.
Hube de mutilar ciertas rutinas
(ruinas)
excavarme el torácico sueño
(suelto)
pero ya lo sé y no hay distancia
que lo niegue.
Ya sé qué soy. Y tantas otras.
Somos diferentes.
La memoria está poblada
a bocajarro. Como aquel
vietnamita, como aquel 2 de mayo.
Dos formas de enfrentarse,
solicitar la certeza del terror:
“¡No me mates!”, “¡Mátame!”;
dos formas de despedirse,
expulsar un ayer definitivo.