No, no estoy especialmente orgulloso de tantos juguetes de fábrica, ni del nuevo milagro intelectual como solución a todas las facturas.
No me alegran especialmente los puentes de arriba a abajo, las ciudades a ninguna otra parte, los camiones a manos del transporte inagotable.
No, no creo que queden más cerca, ni siquiera diferentes por educar. La desigualdad no es una idea personalmente interna, es internacional.
No estoy satisfecho del olor de los billetes, ni de la amenaza de masacres nucleares; no estoy de acuerdo con los que más tienen, ni es culpa de los bosques o las minas de hambre.
No, no creo que esté todo hecho a este lado de la vergüenza pacífica. No, nadie puede estar satisfecho de tanta injusticia tan bien repartida.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.
Desde que no está he desarrollado la facilidad espontánea para llorar. La memoria tiene la cola muy larga, ahora la vida es más y más estrecha. De repente, me nublo por dentro para no encharcarme de culpa. Agacho la vista hacia los azulejos