La cierva, de Francisco de la Torre | Poema

    Poema en español
    La cierva

    Doliente cierva, que el herido lado 
    de ponzoñosa y cruda yerba lleno, 
    buscas el agua de la fuente pura, 
    con el cansado aliento que en el seno 
    bello de la corriente sangre hinchado, 
    débil y decaída tu hermosura; 
    ¡ay!, que la mano dura 
    que tu nevado pecho 
    ha puesto en tal estrecho, 
    gozosa va con tu desdicha cuando 
    cierva mortal, viviendo, estás penando 
    tu desangrado y dulce compañero, 
    el regalado y blando 
    pecho pasado del veloz montero. 

    Vuelve, cuitada, vuelve al valle donde 
    queda muerto tu amor, en vano dando 
    términos desdichados a tu suerte. 
    Morirás en su seno, reclinando 
    la beldad, que la cruda mano esconde 
    delante de la nube de la muerte. 
    Que el paso duro y fuerte, 
    ya forzoso y terrible, 
    no puede ser posible 
    que le excusen los cielos, permitiendo 
    crudos astros que muera padeciendo 
    las asechanzas de un montero crudo 
    que te vino siguiendo 
    por los desiertos de este campo mudo. 

    Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente 
    muerte, que en tu sangriento pecho llevas, 
    del crudo amor vencido y maltratado; 
    tú con el fatigado aliento pruebas 
    a rendir el espíritu doliente 
    en la corriente de este valle amado. 
    Que el ciervo desangrado, 
    que contigo la vida, 
    tuvo por bien perdida, 
    no fue tampoco de tu amor querido 
    que habiendo tan cruelmente padecido 
    quisieras vivir sin él, cuando pudieras 
    librar el pecho herido 
    de crudas llagas y memorias fieras. 

    Cuando por la espesura deste prado 
    como tórtolas solas y queridas, 
    solos y acompañados anduvisteis; 
    cuando de verde mirto y de floridas 
    violetas, tierno acanto y lauro amado, 
    vuestras frentes bellísimas ceñistes; 
    cuando las horas tristes, 
    ausentes y queridos, 
    con mil mustios bramidos 
    ensordecisteis la ribera umbrosa 
    del claro Tajo, rica y venturosa 
    con vuestro bien, con vuestro mal sentida 
    cuya muerte penosa 
    no deja rastro de contenta vida. 

    Agora el uno, cuerpo muerto lleno 
    de desdén y de espanto, quien solía 
    ser ornamento de la selva umbrosa; 
    tú, quebrantada y mustia, al agonía 
    de la muerte rendida, el bello seno 
    agonizando, el alma congojosa; 
    cuya muerte gloriosa, 
    en los ojos de aquellos 
    cuyos despojos bellos 
    son victorias del crudo amor furioso, 
    martirio fue de amor, triunfo glorioso 
    con que corona y premia dos amantes 
    que del siempre rabioso 
    trance mortal salieron muy triunfantes. 

    Canción, fábula un tiempo, y caso agora, 
    de una cierva doliente, que la dura 
    flecha del cazador dejó sin vida, 
    errad por la espesura 
    del monte que de gloria tan perdida 
    no hay sino lamentar su desventura. 

    • Doliente cierva, que el herido lado 
      de ponzoñosa y cruda yerba lleno, 
      buscas el agua de la fuente pura, 
      con el cansado aliento que en el seno 
      bello de la corriente sangre hinchado, 
      débil y decaída tu hermosura; 
      ¡ay!, que la mano dura