Al llegar la medianoche y al romper en llanto el Niño, las cien bestias despertaron y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando, y alargaron hasta el Niño los cien cuellos anhelantes como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro y se lo exhaló sin ruido, y sus ojos fueron tiernos como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba, contra su vellón suavísimo, y las manos le lamían, en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo se cubrieron sin sentirlo de faisanes, y de ocas, y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron y pasaban sobre el Niño la gran cola de colores; y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas; y el enjambre de los mirlos era un velo palpitante sobre del recién nacido...
Y la Virgen, entre cuernos y resuellos blanquecinos, trastocada iba y venía sin poder coger al Niño.
Y José llegaba riendo a acudir a la sin tino. Y era como bosque al viento el establo conmovido...
Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, en 1889, y murió en Nueva York en 1957. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945 y el Premio Nacional de Literatura en 1951. Publicó los poemarios Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). Póstumamente aparecieron Poema de Chile (1967) y Almácigo (2016), entre otros. Fue también una ensayista y cronista cuya importancia es reivindicada cada vez más. En esa línea, Lumen ha publicado Niña errante (2010), su correspondencia con Doris Dana, y Caminando se siembra. Prosas inéditas (2013).
Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas, vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo canto, sombra mía.
Padre Nuestro, que estás en los cielos, ¡por qué te has olvidado de mí! Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí. ¡Llevo abierto también mi costado, y no quieres mirar hacia mí!
Caperucita Roja visitará a la abuela que en el poblado próximo sufre de extraño mal. Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene el corazoncito tierno como un panal.