¿Por qué no me dijiste que estabas construyendo ese castillo de arena? Hubiera sido tan hermoso poder entrar por su pequeña puerta, recorrer sus salados corredores, esperarte en los cuadros de conchas, hablándote desde el balcón con la boca llena de espuma blanca y transparente como mis palabras, esas palabras livianas que te digo, que no tienen más que el peso del aire entre mis dientes. Es tan hermoso contemplar el mar. Hubiera sido tan hermoso el mar desde nuestro castillo de arena, relamiendo el tiempo con la ternura honda y profunda del agua, divagando sobre las historias que nos contaban cuando, niños, éramos un solo poro abierto a la naturaleza. Ahora el agua se ha llevado tu castillo de arena en la marea alta. Se ha llevado las torres, los fosos, la puertecita por donde hubiéramos pasado en la marea baja, cuando la realidad está lejos y hay castillos de arena sobre la playa...
Nos casaremos ahora que llueve a carcajadas. Vos y yo y la tierra celebraremos juntos el verdor de los cuerpos, el sexo de las flores, el polen de la risa y todas las estrellas que vienen confundidas en la gota de lluvia.