Devuélveme mi corazón, viajero. Tú te irás –me lo dices-, montado en alado pegaso te alejarás y dejarás sólo noches solas a mi alrededor. Por esto, antes de que dobles el hueco del camino, debes dejarme puesto en el pecho el corazón. No te atrevas a llevártelo escondido en el equipaje tentado por el deseo de acariciarlo cuando encuentres que no encuentras otro tan rojo, tan amante, tan lleno de cantos para vos. Debes devolverme la roja lámpara que alumbrará otros caminos andantes de mi pecho. Debes dejármelo palpitando, trasplantado, un poco enfermo seguramente, pero vivo y aleteando vida.
Yo envolveré en una manta mis largos pies. Te los daré para que, nerviosos, te sigan, para que ellos vuelvan a traerte todo mi cuerpo si alguna vez quieres trópico y corazón del sol cuando el frío y las luces de neón te rodeen como ejércitos enemigos.
Nos casaremos ahora que llueve a carcajadas. Vos y yo y la tierra celebraremos juntos el verdor de los cuerpos, el sexo de las flores, el polen de la risa y todas las estrellas que vienen confundidas en la gota de lluvia.