Despierta, tiemblo al mirarte; dormida, me atrevo a verte; por eso, alma de mi alma, yo velo mientras tú duermes.
Despierta ríes y al reír tus labios inquietos me parecen relámpagos de grana que serpean sobre un cielo de nieve.
Dormida, los extremos de tu boca pliega sonrisa leve, suave como el rastro luminoso que deja un sol que muere.
¡Duerme!
Despierta miras y, al mirar, tus ojos húmedos resplandecen como la onda azul en cuya cresta chispeando el sol hiere.
Al través de tus párpados, dormida, tranquilo fulgor vierten, cual derrama de luz templado rayo lámpara transparente.
¡Duerme!
Despierta hablas y, al hablar, vibrantes tus palabras parecen lluvia de perlas que en dorada copa se derrama a torrentes.
Dormida, en el murmullo de tu aliento acompasado y tenue escucho yo un poema que mi alma enamorada entiende.
¡Duerme!
Sobre el corazón la mano me he puesto por que no suene su latido y de la noche turbe la calma solemne.
De tu balcón las persianas cerré ya por que no entre el resplandor enojoso de la aurora y te despierte.
¡Duerme!
Gustavo Adolfo Bécquer, pseudónimo de Gustavo Claudio Domínguez Bastida, nació en Sevilla en 1836, e ingresó a los diez años en un colegio de huérfanos. Vivió más tarde con su madrina, donde empezó a leer a los autores realistas y románticos. En 1854 se instaló en Madrid. En 1857, sufrió una grave enfermedad. Posteriormente se dedicó al periodismo. Entre 1859 y 1861 escribe las primeras rimas y siete leyendas. En 1863 se recluye en el monasterio de Veruela, donde escribió Cartas desde mi celda. En 1868 Bécquer rompe con su esposa y se instala en Toledo. Reescribe las rimas. En 1870 muere su hermano Valeriano, el pintor, y tres meses más tarde él, en Madrid. Además de como poeta, donde revela una extrema sensibilidad, destaca como prosista, donde combina con maestría lo terrorífico y lo legendario.