Sacudimiento extraño
que agita las ideas
como huracán que empuja
las olas en tropel.
Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como el volcán que sordo
anuncia que va a arder.
Deformes siluetas
de seres imposibles,
paisajes que aparecen
como a través de un tul,
colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del Iris
que nadan en la luz,
ideas sin palabras,
palabras sin sentido,
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás,
memorias y deseos
de cosas que no existen
accesos de alegría
impulsos de llorar,
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse,
sin riendas que le guíe
caballo volador,
locura que el espíritu
exalta y desfallece;
embriaguez divina
del genio creador.
Tal es la inspiración.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer,
brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel,
hilo de luz que en haces
los pensamientos ata,
sol que las nubes rompe
y toca en el cenit,
inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir,
armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás,
cincel que el bloque muerde
la estatua modelando
y la belleza plástica
añade a la ideal,
atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción,
raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
descanso en que el espíritu
recobra su vigor.
Tal es nuestra razón.
Con ambas siempre lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.
Gustavo Adolfo Bécquer, pseudónimo de Gustavo Claudio Domínguez Bastida, nació en Sevilla en 1836, e ingresó a los diez años en un colegio de huérfanos. Vivió más tarde con su madrina, donde empezó a leer a los autores realistas y románticos. En 1854 se instaló en Madrid. En 1857, sufrió una grave enfermedad. Posteriormente se dedicó al periodismo. Entre 1859 y 1861 escribe las primeras rimas y siete leyendas. En 1863 se recluye en el monasterio de Veruela, donde escribió Cartas desde mi celda. En 1868 Bécquer rompe con su esposa y se instala en Toledo. Reescribe las rimas. En 1870 muere su hermano Valeriano, el pintor, y tres meses más tarde él, en Madrid. Además de como poeta, donde revela una extrema sensibilidad, destaca como prosista, donde combina con maestría lo terrorífico y lo legendario.