Voy contra mi interés al confesarlo, no obstante, amada mía, pienso cual tú que una oda sólo es buena de un billete del Banco al dorso escrita. No faltará algún necio que al oírlo se haga cruces y diga: Mujer al fin del siglo diez y nueve
Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar, te quejas. Verdes los tienen las náyades, verdes los tuvo Minerva y verdes son las pupilas de las hurís del profeta.
Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman, el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada, oigo flotando en olas de armonía rumor de besos y batir de alas, mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?