¡Cuántas veces al pie de las musgosas 
paredes que la guardan, 
oí la esquila que al mediar la noche 
a los maitines llama! 
¡Cuántas veces trazó mi triste sombra 
la luna plateada 
junto a la del ciprés que de su huerto 
se asoma por las tapias! 
Cuando en sombras la iglesia se envolvía 
de su ojiva calada 
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios 
vi el fulgor de la lámpara! 
Aunque el viento en los ángulos oscuros 
de la torre silbara, 
del coro entre las voces percibía 
su voz vibrante y clara. 
En las noches de invierno, si un medroso 
por la desierta plaza 
se atrevía a cruzar, al divisarme 
el paso aceleraba. 
Y no faltó una vieja que en el torno 
dijese a la mañana 
que de algún sacristán muerto en pecado 
acaso era yo el alma. 
A oscuras conocía los rincones 
del atrio y la portada; 
de mis pies las ortigas que allí crecen 
las huellas tal vez guardan. 
Los búhos que espantados me seguían 
con sus ojos de llamas, 
llegaron a mirarme con el tiempo 
como a un buen camarada. 
A mi lado sin miedo los reptiles 
se movían a rastras 
¡hasta los mudos santos de granito 
creo que me saludaban!
Gustavo Adolfo Bécquer, pseudónimo de Gustavo Claudio Domínguez Bastida, nació en Sevilla en 1836, e ingresó a los diez años en un colegio de huérfanos. Vivió más tarde con su madrina, donde empezó a leer a los autores realistas y románticos. En 1854 se instaló en Madrid. En 1857, sufrió una grave enfermedad. Posteriormente se dedicó al periodismo. Entre 1859 y 1861 escribe las primeras rimas y siete leyendas. En 1863 se recluye en el monasterio de Veruela, donde escribió Cartas desde mi celda. En 1868 Bécquer rompe con su esposa y se instala en Toledo. Reescribe las rimas. En 1870 muere su hermano Valeriano, el pintor, y tres meses más tarde él, en Madrid. Además de como poeta, donde revela una extrema sensibilidad, destaca como prosista, donde combina con maestría lo terrorífico y lo legendario.