Despiértate. La cama está más fría y las sábanas sucias en el suelo. Por los montantes de la galería llega el amanecer, con su color de abrigo de entretiempo y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente que el portero de noche os ha llamado. Y escucha en el silencio: sucediéndose hacia lo lejos, se oyen enronquecer los tranvías que llevan al trabajo. Es el amanecer.
Irán amontonándose las flores cortadas, en los puestos de las Ramblas, y silbarán los pájaros -cabrones- desde los plátanos, mientras que ven volver la negra humanidad que va a la cama después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido. Entierra la cabeza en las almohadas, sintiendo aún la irritación y el frío que da el amanecer junto al cuerpo que tanto nos gustaba en la noche de ayer,
y piensa en que debieses levantarte. Piensa en la casa todavía oscura donde entrarás para cambiar de traje, y en la oficina, con sueño que vencer, y en muchas otras cosas que se anuncian desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro de otra respiración. Aunque tú busques el poco de calor entre sus muslos medio dormido, que empieza a estremecer. Aunque el amor no deje de ser dulce hecho al amanecer.
Junto al cuerpo que anoche me gustaba tanto desnudo, déjame que encienda la luz para besarte cara a cara, en el amanecer. Porque conozco el día que me espera y no por el placer.
Nada hay tan dulce como una habitación para dos, cuando ya no nos queremos demasiado, fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo, y parejas dudosas y algún niño con ganglios,
Este despedazado anfiteatro, impío honor de los dioses, cuya afrenta publica el amarillo jaramago, ya reducido a trágico teatro, ¡oh fábula del tiempo! representa cuánta fue su grandeza y es su estrago. RODRIGO CARO
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación -y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo,