Cuando estuve en el mar era marino, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    Cuando estuve en el mar era marino

    Cuando estuve en el mar era marino 
    este dolor sin prisas. 
    Dame ahora tu boca: 
    me la quiero comer con tu sonrisa. 

    Cuando estuve en el cielo era celeste 
    este dolor urgente. 
    Dame ahora tu alma: 
    quiero clavarle el diente. 

    No me des nada, amor, no me des nada: 
    yo te tomo en el viento, 
    te tomo del arroyo de la sombra, 
    del giro de la luz y del silencio, 

    de la piel de las cosas 
    y de la sangre con que subo al tiempo. 
    Tú eres un surtidor aunque no quieras 
    y yo soy el sediento. 

    No me hables, si quieres, no me toques, 
    no me conozcas más, yo ya no existo. 
    Yo soy sólo la vida que te acosa 
    y tú eres la muerte que resisto. 

    • Un ropero, un espejo, una silla, 
      ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
      la noche como siempre, y yo sin hambre, 
      con un chicle y un sueño, una esperanza. 
      Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
      y más allá la niebla, la mañana. 

    • Es la sombra del agua 
      y el eco de un suspiro, 
      rastro de una mirada, 
      memoria de una ausencia, 
      desnudo de mujer detrás de un vidrio. 

      Está encerrada, muerta -dedo 
      del corazón, ella es tu anillo-, 
      distante del misterio, 
      fácil como un niño. 

    • Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta. 

    • Uno no sabe nada de esas cosas 
      que los poetas, los ciegos, las rameras, 
      llaman «misterio», temen y lamentan. 
      Uno nació desnudo, sucio, 
      en la humedad directa, 
      y no bebió metáforas de leche, 
      y no vivió sino en la tierra 

    • Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
      pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
      Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
      con tus setenta años de virgen definitiva, 
      tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.