Después de todo -pero después de todo- sólo se trata de acostarnos juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo.
Gloria degollada, sobreviviente del tiempo sordomudo mezquina paga de los que mueren juntos.
A la miseria del placer, eternidad, condenaste la búsqueda, al injusto fracaso encadenaste sed, clavaste el corazón a un muro.
Se trata de mi cuerpo al que bendigo, contra el que lucho, el que ha de darme todo en un silencio robusto y el que se muere y mata a menudo.
Soledad, márcame con tu pie desnudo. Aprieta mi corazón como las uvas y lléname la boca con su licor maduro.
Sitio de amor, lugar en que he vivido de lejos, tú, ignorada, amada que he callado, mirada que no he visto, mentira que me dije y no he creído: en esta hora en que los dos, sin ambos, a llanto y odio y muerte nos quisimos,
La cojita está embarazada. Se mueve trabajosamente, pero qué dulce mirada mira de frente. Se le agrandaron los ojos como si su niño también le creciera en ellos pequeño y limpio. A veces se queda viendo quién sabe qué cosas
Boca de llanto, me llaman tus pupilas negras, me reclaman. Tus labios sin ti me besan. ¡Cómo has podido tener la misma mirada negra con esos ojos que ahora llevas!
Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado, hueco como un tambor al que golpea la vida, sin nadie pero solo, respondiendo las mismas palabras para las mismas cosas siempre, muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.
El mediodía en la calle, atropellando ángeles, violento, desgarbado; gentes envenenadas lentamente por el trabajo, el aire, los motores; árboles empeñados en recoger su sombra, ríos domesticados, panteones y jardines transmitiendo programas musicales.