Entresuelo, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    Entresuelo

    Un ropero, un espejo, una silla, 
    ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
    la noche como siempre, y yo sin hambre, 
    con un chicle y un sueño, una esperanza. 
    Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
    y más allá la niebla, la mañana. 
    Hay árboles helados, tierra seca, 
    peces fijos idénticos al agua, 
    nidos durmiendo bajo tibias palomas. 
    Aquí, no hay mujer. Me falta. 
    Mi corazón desde hace días quiere hincarse 
    bajo alguna caricia, una palabra. 
    Es áspera la noche. Contra muros, la sombra 
    lenta como los muertos, se arrastra. 
    Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua. 
    Su piel sobre mis huesos 
    y mis ojos dentro de su mirada. 
    Nos hemos muerto muchas veces 
    al pie del alba. 
    Recuerdo que recuerdo su nombre, 
    sus labios, su transparente falda. 
    Tiene los pechos dulces, y de un lugar 
    a otro de su cuerpo hay una gran distancia: 
    de pezón a pezón cien labios y una hora, 
    de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas. 
    Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos, 
    hasta el último vuelo de la última ala, 
    cuando la carne toda no sea carne, ni el alma 
    sea alma. 
    Es preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero. 
    ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara! 
    Esta noche me falta. 
    Sube un violín desde la calle hasta mi cama. 
    Ayer miré dos niños que ante un escaparate 
    de maniquíes desnudos se peinaban. 
    El silbato del tren me preocupó tres años, 
    hoy sé que es una máquina. 
    Ningún adiós mejor que el de todos los días 
    a cada cosa, en cada instante, alta 
    la sangre iluminada. 

    Desamparada sangre, noche blanda, 
    tabaco del insomnio, triste cama. 

    Yo me voy a otra parte. 
    Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla. 

    • Dulces muslos deseados, 
      íntima piel suave, 
      mujer en muslos dulces, 
      ¿dónde estás? ¿Qué ha quedado 
      de ti? Para mi boca 
      el aire calcinado. 
      Muslos de amor, 
      amantes, apretados, 
      tiernos, desnudos, sellados. 
      Esbeltos de mis ojos, 

    • Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos. 

    • Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras todo esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de ti, enamorado.

    • La luna se puede tomar a cucharadas 
      o como una cápsula cada dos horas. 
      Es buena como hipnótico y sedante 
      y también alivia 
      a los que se han intoxicado de filosofía. 
      Un pedazo de luna en el bolsillo 
      es mejor amuleto que la pata de conejo: 

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