El llanto fracasado, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    El llanto fracasado

    Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado, 
    hueco como un tambor al que golpea la vida, 
    sin nadie pero solo, 
    respondiendo las mismas palabras para las mismas 
    cosas siempre, 
    muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado. 
    He aquí éste que queda, el que me queda todavía. 
    Háblenle de esperanza, 
    díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran, 
    una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe. 

    Todos los animales sobre la tierra duermen. 
    Sólo el hombre no duerme. 
    ¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de 
    un loco dormido? 
    ¿Han visto un perro soñando con gaviotas? 
    ¿Qué han visto? 

    Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio. 
    Las piedras mueren de muerte natural. 
    El agua no muere. 
    Sólo el hombre pudo inventar para el día la noche, 
    el hambre para el pan, 
    las rosas para la poesía. 

    Mortalmente triste sólo he visto a un gato, un día, 
    agonizando. 
    Yo no tengo la culpa de mis manos: es ella. 
    Pero no fue escrito: 
    Te faltará una mujer para cada día de amor. 

    Andarás, te dijeron, de un sitio a otro de la muerte 
    buscándote. 
    La vida no es fácil. 
    Es más fácil llorar, arrepentirse. 

    En Dios descansa el hombre. 
    Pero mi corazón no descansa, 
    no descansa mi muerte, 
    el día y la noche no descansan. 

    Diariamente se levantan los montes, el cielo se ilumina 
    el mar sube hacia el mar 
    los árboles llegan hasta los pájaros. 
    Sólo yo no me alumbro, no me levanto. 

    Háblenle de tragedias a un pescado. 
    A mí no me hagan caso. 
    Yo me río de ustedes que piensan que soy triste 
    como si la soledad o mi zapato 
    me apretaran el alma. 

    La yugular es la vena de la mujer. 
    Allí recibe al hombre. 
    Las mujeres se abren bajo el peso del hombre 
    como el mar bajo un muerto, 
    lo sepultan, lo envuelven, 
    lo incrustan en ovarios interminables, 
    lo hacen hijos e hijos... 
    Ellas quedan de pie, 
    paren de pie, esperando. 

    No me digan ustedes en dónde están mis ojos, 
    pregunten hacia dónde va mi corazón. 

    Les dejaré una cosa el día último, 
    la cosa más inútil y más amada de mí mismo, 
    la que soy yo y se mueve, inmóvil para entonces, 
    rota definitivamente. 
    Pero les dejaré también una palabra, 
    la que no he dicho aquí, inútil, amada. 

    Ahora vuelve el sol a dejarnos. 
    La tarde se cansa, descansa sobre el suelo, envejece. 
    Trenes distantes, voces, hasta campanas suenan. 
    Nada ha pasado.