Tía Chofi, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    Tía Chofi

    Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
    pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
    Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
    con tus setenta años de virgen definitiva, 
    tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. 
    Hiciste bien en morirte, tía Chofi, 
    porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso, 
    porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste, 
    ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba 
    que querías morirte y te aguantabas. 
    ¡Hiciste bien! 
    Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos, 
    porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, 
    y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple, 
    pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. 
    ¡Te siento tan desamparada, 
    tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina, 
    sin quien te dé un pan! 
    Me aflige pensar que estás bajo la tierra 
    tan fría de Berriozábal, 
    sola, sola, terriblemente sola, 
    como para morirse llorando. 
    Ya sé que es tonto eso, que estás muerta, 
    que más vale callar, 
    ¿pero qué quieres que haga 
    si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte? 

    Ah, jorobada, tía Chofi, 
    me gustaría que cantaras 
    o que contaras el cuento de tus enamorados. 
    Los campesinos que te enterraron sólo tenían 
    tragos y cigarros, 
    y yo no tengo más. 
    Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, 
    y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido. 
    Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste. 
    Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida 
    a todos. Pedías para dar, desvalida. 
    Y no tenías el gesto agrio de las solteronas 
    porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos. 
    En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida 
    te repetías incansablemente 
    y eras la misma cosa siempre. 
    Fácil, como las flores del campo 
    con que las vecinas regaron tu ataúd, 
    nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte. 

    Sofía, virgen, antigua, consagrada, 
    debieron enterrarte de blanco 
    en tus nupcias definitivas. 
    Tú que no conociste caricia de hombre 
    y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos, 
    tú, casta, limpia, sellada, 
    debiste llevar azahares tu último día. 
    Exijo que los ángeles te tomen 
    y te conduzcan a la morada de los limpios. 
    Sofía virgen, vaso transparente, cáliz, 
    que la muerte recoja tu cabeza blandamente 
    y que cierre tus ojos con cuidados de madre 
    mientras entona cantos interminables. 
    Vas a ser olvidada de todos 
    como los lirios del campo, 
    como las estrellas solitarias; 
    pero en las mañanas, en la respiración del buey, 
    en el temblor de las plantas, 
    en la mansedumbre de los arroyos, 
    en la nostalgia de las ciudades, 
    serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta. 

    Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, 
    con una cruz pequeña sobre tu tierra, 
    estás bien allí, bajo los pájaros del monte, 
    y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo. 

    • Sitio de amor, lugar en que he vivido 
      de lejos, tú, ignorada, 
      amada que he callado, mirada que no he visto, 
      mentira que me dije y no he creído: 
      en esta hora en que los dos, sin ambos, 
      a llanto y odio y muerte nos quisimos, 

    • Un ropero, un espejo, una silla, 
      ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
      la noche como siempre, y yo sin hambre, 
      con un chicle y un sueño, una esperanza. 
      Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
      y más allá la niebla, la mañana. 

    • Es la sombra del agua 
      y el eco de un suspiro, 
      rastro de una mirada, 
      memoria de una ausencia, 
      desnudo de mujer detrás de un vidrio. 

      Está encerrada, muerta -dedo 
      del corazón, ella es tu anillo-, 
      distante del misterio, 
      fácil como un niño. 

    • Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta. 

    • Uno no sabe nada de esas cosas 
      que los poetas, los ciegos, las rameras, 
      llaman «misterio», temen y lamentan. 
      Uno nació desnudo, sucio, 
      en la humedad directa, 
      y no bebió metáforas de leche, 
      y no vivió sino en la tierra 

    • Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
      pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
      Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
      con tus setenta años de virgen definitiva, 
      tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.