Díselo, Carmen Romero, dile que estamos aquí, que él parece estar allí y es aquí donde lo espero; dile que ningún obrero entiende que un presidente mande guardias a su gente en vez de mandar trabajo, dile que va cuesta abajo frente a la Cuesta de Enero, díselo, Carmen Romero.
Dile que están encendidos los faros de un pueblo oscuro, dile que mire al futuro, no a los Estados Unidos; dile que estamos perdidos en medio del capital, que una rosa sin rosal naufraga en las oficinas dile que por las esquinas anda el sueño prisionero, díselo, Carmen Romero.
Dile tú, Primera Dama, cuando hagas su equipaje, que a veces también viajé por los campos de Ketama y dile, cuando la cama anula la presidencia y el amor dicta sentencia contra todos los misiles, que aún florecen a miles banderas del sueño obrero, díselo, Carmen Romero.
Yo no sé si la quise pero andaba conmigo, me guiaba su risa por la ciudad tan gris. Ella tenía en su boca colinas de Ketama y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.