Cuando en tardes que sobran las palabras y el día sólo somos tú y yo, cada cual con su espera y sin embargo atados en la misma carrera, en el afán de luz, en la oscura alegría;
cuando nada se entiende sino en tu compañía que le pone a los pasos un eco de bandera, cuando ya todo el sueño se curva en tu cadera y sólo en ella crecen velas, barcos, bahía;
cuando un día se sabe que pueda ser distinto y se enciende la vida mientras amas y mueres, cuando nada es distinto pero todo se evoca;
cuando se pide a un cuerpo la luz de un laberinto y naufragan los días sin saber ni quién eres y me pides silencio con un dedo en la boca.
Yo no sé si la quise pero andaba conmigo, me guiaba su risa por la ciudad tan gris. Ella tenía en su boca colinas de Ketama y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.