Buenos Aires, de Jorge Luis Borges | Poema

El Dios a quien un hombre de la estirpe de Atreo 
apresó en una playa que el bochorno lacera, 
se convirtió en león, en dragón, en pantera, 
en un árbol y en agua. Porque el agua es Proteo. 

Antes que el sueño (o el terror) tejiera 
mitologías y cosmogonías, 
antes que el tiempo se acuñara en días, 
el mar, el siempre mar, ya estaba y era. 

Está bien que se mida con la dura 
sombra que una columna en el estío 
arroja o con el agua de aquel río 
en que Heráclito vio nuestra locura. 

Ante la cal de una pared que nada 
nos veda imaginar como infinita 
un hombre se ha sentado y premedita 
trazar con rigurosa pincelada 

¿Dónde estarán? pregunta la elegía 
de quienes ya no son, como si hubiera 
una región en que el Ayer, pudiera 
ser el Hoy, el Aún, y el Todavía. 

¿Y fue por este río de sueñera y de barro 
que las proas vinieron a fundarme la patria? 
Irían a los tumbos los barquitos pintados 
entre los camalotes de la corriente zaina. 

Cuarenta naipes han desplazado a la vida. 
Pintados talismanes de cartón 
nos hacen olvidar nuestros destinos 
y una creación risueña 
va poblando el tiempo robado 
con floridas travesuras 
de una mitología casera. 

No son más silenciosos los espejos 
ni más furtiva el alba aventurera; 
eres, bajo la luna, esa pantera 
que nos es dado divisar de lejos. 
Por obra indescifrable de un decreto 
divino, te buscamos vanamente; 
más remoto que el Ganges y el poniente,