¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías ¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares? ¿Por qué, por qué como en mejores días no consoláis vosotras mis pesares? ¡Oh, los que no sabéis las agonías de un corazón que penas a millares, ¡ay!, desgarraron y que ya no llora, ¡piedad tened de mi tormento ahora! ¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos los que podéis llorar, y, ¡ay! , sin ventura de mí, que entre suspiros angustiosos ahogar me siento en mi infernal tortura! ¡Refuércese entre nudos dolorosos mi corazón, gimiento de amargura ! También tu corazón, hecho pavesa, ¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa! ¿Quién pensará jamás, Teresa mía, que fuera eterno manantial de llanto tanto inocente amor, tanta alegría, tantas delicias y delirio tanto? ¿Quién pensara jamás llegase un día en que perdido el celestial encanto y caída la venda de los ojos, cuanto diera placer causara enojos?
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento un pesar tan intenso...! Embarga impío mi quebrantada voz mi sentimiento, y suspira tu nombre el labio mío; para allí su carrera el pensamiento, hiela mi corazón punzante frío, ante mis ojos la funesta losa donde, vil polvo, tu beldad reposa.
Trae, Jarifa, trae tu mano, ven y pósala en mi frente, que en un mar de lava hirviente mi cabeza siento arder. Ven y junta con mis labios esos labios que me irritan, donde aún los besos palpitan de tus amantes de ayer.
Reclinado sobre el suelo Con lenta amarga agonía, Pensando en el triste día Que pronto amanecerá, En silencio gime el reo Y el fatal momento espera En que el sol por vez postrera En su frente lucirá.
Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre; en mi seno encuentra el hombre un término a su pesar. Yo, compasiva, te ofrezco lejos del mundo un asilo, donde a mi sombra tranquilo para siempre duerma en paz.