Marchitas ya las juveniles flores, nublado el sol de la esperanza mía, hora tras hora cuento, y mi agonía crecen, y mi ansiedad y mis dolores. Sobre terso cristal, ricos colores pinta alegre, tal vez, mi fantasía, cuando la dura realidad sombría mancha el cristal y empaña sus fulgores.
Los ojos vuelvo en incesante anhelo, y gira en torno indiferente el mundo y en torno gira indiferente el cielo.
A ti las quejas de mi mal profundo, hermosa sin ventura, yo te envío. Mis versos son tu corazón y el mío.
Trae, Jarifa, trae tu mano, ven y pósala en mi frente, que en un mar de lava hirviente mi cabeza siento arder. Ven y junta con mis labios esos labios que me irritan, donde aún los besos palpitan de tus amantes de ayer.
¿Quién eres tú, lucero misterioso, Tímido y triste entro luceros mil, que cuando miro tu esplendor dudoso, turbado siento el corazón latir? ¿Es acaso tu luz recuerdo triste de otro antiguo perdido resplandor, cuando engañado como yo creíste
Reclinado sobre el suelo Con lenta amarga agonía, Pensando en el triste día Que pronto amanecerá, En silencio gime el reo Y el fatal momento espera En que el sol por vez postrera En su frente lucirá.
Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre; en mi seno encuentra el hombre un término a su pesar. Yo, compasiva, te ofrezco lejos del mundo un asilo, donde a mi sombra tranquilo para siempre duerma en paz.