Los años nos van llenando de canciones acabadas, de sonrisas amarillas, de mariposas amargas. Pero hay milagros de arcilla que de las sombras escapan como si de los silencios pudieran nacer campanas. El barro de las figuras con luz interior se amasa y es bendita luz el brillo niño del papel de plata.
Mi padre inventa senderos de serrín; grutas prepara con musgo y corcho; dispone la magia de las distancias, y con sus manos conduce ríos a salto de mata. Mi madre tiene celestes pájaros en la mirada, postura de mazapán, plumas de pavo en la falda, y el corazón asomándole -riendo- por la garganta.
En las praderas del cielo se dan cita las montañas para asomarse al balcón más alto de la esperanza. Es de noche y hay palmeras anaranjadas del alba.
Viento tejido en su vuelo, turbión de espuelas sus alas, racimos de amor brotándole, un ángel rosa cabalga con una estrella en la mano buscando dónde dejarla. Yo me la pongo en los labios, pues no sé mejor palabra para saludar al sol que de noche se levanta; se desperezan los gallos como cogidos en falta; prenden lirios en el aire los cascabeles del alma y los grillos improvisan una zambra de guitarras.
Cuando María y José al Niño le tocan palmas, la alegría enciende todos los rincones de mi casa.
Los años nos van llenando de canciones acabadas, de sonrisas amarillas, de mariposas amargas. Pero hay milagros de arcilla que de las sombras escapan como si de los silencios pudieran nacer campanas. El barro de las figuras