Caballeros, aquí vendo rosas;
frescas son y fragantes, a fe;
oigo mucho alabarlas de hermosas
eso yo, pobre ciega, no sé.
Para mi ni belleza ni gala
tiene el mundo, ni luz ni color;
mas la rosa del cáliz exhala,
dulce, un hálito, aroma de amor.
Cierra, cierra tu acero oloroso,
tierna flor, y te duele de mí:
no en quitarme tasado reposo
seas cándida cómplice asi.
Me revelas el bien de quien ama,
otra dicha negada a mi ser:
debe el pecho apagar una llama,
que no pueden los ojos arder.
Tú, que dicen la flor de las flores,
sin igual en fragancia y matiz,
tú la vida has vivido de amores
del Favonio halagada feliz.
Caballeros, compradle a la ciega
esa flor que podéis admirar;
la infeliz con su llanto la riega:
ojos hay para solo llorar.