Uno siempre espera que suceda algo, que algo bueno suceda, algo que le dé un giro brusco, un empujón, un bandazo de suerte a su vida de repente, porque sí, en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro, nunca pasa nada. Porque uno no es más que un pobre diablo (qué te creías, pues), un número, una fecha, un papel olvidado en un sótano tétrico, traspapelado entre millones de papeles.
Y al final, uno, qué remedio, acaba aceptando que es así, asume el fracaso, se mira en el espejo y se da risa (o llora, pero muy bajo), se dice que la vida..., en fin, que no hay nada que hacer, y ni siquiera se queja, para qué.
Uno ya solo quiere llegar al día siguiente, sin sobresaltos, poder ver a su equipo por la tele el sábado, fumar menos, dormir bien, echar de vez en cuando un trago, cumplir años, seguir vivo..., sin más.
Uno siempre espera que suceda algo, que algo bueno suceda, algo que le dé un giro brusco, un empujón, un bandazo de suerte a su vida de repente, porque sí, en el momento más inesperado.