No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra. No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para que me canonicen cuando muera. He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar, por el río y por la nube... Y en las lágrimas que se esconden en el pozo, en la noche y en la sangre... He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo. Y también a poner una gota de azogue, de llanto, una gota siquiera de mi llanto, en la gran luna de este espejo sin límites, donde me miren y se reconozcan los que vengan. He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas: Ganarás el pan con el sudor de tu frente y la luz con el dolor de tus ojos. Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.
El sapo iscariote y ladrón en la silla del juez, repartiendo castigos y premios ¡en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida en el pecho!... Y el hombre aquí de pie, firme, erguido, sereno, con el pulso normal,
Está muerta. ¡Miradla! Los que habéis vivido siempre arañando su piel, removiendo sus llagas, vistiendo sus harapos, llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas, escapularios y cascabeles...
No me contéis más cuentos, que vengo de muy lejos y sé todos los cuentos. No me contéis más cuentos. Contad y recontadme este sueño. Romped, rompedme los espejos. Deshacedme los estanques, los lazos, los anillos, los cercos,
Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú,
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
No he venido a cantar No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra. No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para que me canonicen cuando muera. He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar, por el río
Filosófos, para alumbrarnos, nosotros los poetas quemamos hace tiempo el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. Y aún andamos colgados de la sombra. Oíd, gritan desde la torre sin vanos de la frente: ¿Quién soy yo?