La palabra, de León Felipe | Poema

    Poema en español
    La palabra

    Pero ¿qué están hablando esos poetas de ahí de la palabra? 
    Siempre en discusiones de modisto: 
    que si desceñida o apretada... 
    que si la túnica o que si la casaca... 
    La palabra es un ladrillo, ¿Me oísteis?... ¿Me ha oído usted, Señor Arcipreste? 
    Un ladrillo. El ladrillo para levantar la Torre... y la Torre 
    tiene que ser alta... alta, alta... 
    hasta que no pueda ser más alta. 
    Hasta que llegue a la última cornisa 
    de la última ventana 
    del último sol 
    y no pueda ser más alta. 
    Hasta que ya entonces no quede más que un ladrillo solo, 
    el último ladrillo... la última palabra, 
    Para tirárselo a Dios, 
    con la fuerza de la blasfemia o de la plegaria... 
    Y romperle la frente... a ver si dentro de su cráneo 
    está la Luz o está la Nada.

    • Y ahora pregunto aquí: 
      ¿quién es el último que habla, el sepulturero o el Poeta? 
      ¿He aprendido a decir: Belleza, Luz, Amor y Dios 
      para que me tapen la boca cuando muera, 
      con una paletada de tierra? 
      No. He venido y estoy aquí, 

    • Que venga el poeta. 
      Y me trajisteis aquí para contar las estrellas, 
      para bañarme en el río y para hacer dibujos en la arena. 

      Éste era el contrato. 
      Y ahora me habéis puesto a construir cepos y candados, 
      a cargar un fusil y a escribir en la oficina de un juzgado. 

    • Así es mi vida, 
      piedra, 
      como tú. Como tú, 
      piedra pequeña; 
      como tú, 
      piedra ligera; 
      como tú, 
      canto que ruedas 
      por las calzadas 
      y por las veredas; 
      como tú, 
      guijarro humilde de las carreteras; 
      como tú, 

    • Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
      Digo tan sólo lo que he visto. 
      Y he visto: 
      que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
      que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, 
      que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, 

    • No he venido a cantar 
      No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra. 
      No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente 
      para que me canonicen cuando muera. 
      He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar, 
      por el río 

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