La miseria se ríe con sórdida chuleta, su perro lazarillo le regala un festín. En sus funambulescos calzones va un poeta, y en su casaca el huérfano que tiene por delfín.
El hambre es su pandero, la luna su peseta y el tango vagabundo su padre nuestro. Crin de león, la corona. Su baldada escopeta de lansquenete impávido suda un fogoso hollín.
Va en dominó de harapos, zumba su copla irónica. Por antifaz le presta su lienzo la Verónica. Su cuerpo, de llagado, parece un huerto en flor.
Y bajo la ignominia de tan siniestra cáscara, Cristo enseña a la noche su formidable máscara de cabellos terribles, de sangre y de pavor.
Bajo la calma del sueño, calma lunar, de luminosa seda, la noche como si fuera el blando cuerpo del silencio, dulcemente en la inmensidad se acuesta. Y desata su cabellera en prodigioso follaje de alamedas.