Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.
Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.
¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.
Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.
George Gordon Byron, lord Byron, nació en Londres en 1788. Como poeta su nombre suele pronunciarse siempre al lado de los otros grandes románticos ingleses: Wordsworth, Keats, Coleridge o Shelley. Su fama empezó a cimentarse tras la publicación de Las peregrinaciones de Childe Harold (1818) y desde entonces alternó las composiciones extensas: La visión del juicio (1821), Don Juan (1824), las obras dramáticas: Manfredo (1817), Caín (1821), y las colecciones de piezas más breves. Murió en Missolonghi en 1824. Al enterarse de su muerte Goethe escribió: «Descansa en paz, amigo, tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos».