Hacia el pálido aire se yergue mi deseo, fresco rumor insomne en fondo de verdura, como esbelta columna, mas truncada su gracia corona de las aguas la calma ya celeste.
Plátanos y castaños en lisas avenidas se llevan a lo lejos mi suspiro diáfano, de las sendas más claras a las nubes ligeras, con el lento aleteo de las palomas grises.
Al pie de las estatuas por el tiempo vencidas, mientras copio su piedra, cuyo encanto ha fijado mi trémulo esculpir de líquidos momentos, única entre las cosas, muero y renazco siempre.
Este brotar continuo viene de la remota cima donde cayeron dioses, de los siglos pasados, con un dejo de paz, hasta la vida que dora vagamente mi azul ímpetu helado.
Por mí yerran al viento apaciguados dejos de las viejas pasiones, glorias, duelos de antaño, y son, bajo la sombra . naciente de la tarde, misterios junto al vano rumor de los efímeros.
El hechizo del agua detiene los instantes: soy divino rescate a la pena del hombre, forma de lo que huye de la luz a la sombra, confusión de la muerte resuelta en melodía.
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo imp
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.