He venido para ver semblantes amables como viejas escobas, he venido para ver las sombras que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros en el suelo o en pie indistintamente, he venido para ver las cosas, las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares dormidos en cestillo italiano, he venido para ver las puertas, el trabajo, los tejados, las virtudes de color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte y su graciosa red de cazar mariposas, he venido para esperarte con los brazos un tanto en el aire, he venido no sé por qué; un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia a tantas cosas más que amables: los amigos de color celeste, los días de color variable, la libertad del color de mis ojos;
los niñitos de seda tan clara, los entierros aburridos como piedras, la seguridad, ese insecto que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles, siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; guardad los labios por si vuelvo.
¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena a que día tras día asististe paciente en la niñez, remota como sueño de alba? El silencio pesado, las cortinas caídas, el círculo de luz sobre el mantel, solemne como paño de altar, y alrededor sentado
Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.
La noche por ser triste carece de fronteras. Su sombra en rebelión como la espuma, rompe los muros débiles avergonzados de blancura; noche que no puede ser otra cosa sino noche.
No me queréis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? Porque no es la persona y su leyenda lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve. Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.