He venido para ver semblantes amables como viejas escobas, he venido para ver las sombras que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros en el suelo o en pie indistintamente, he venido para ver las cosas, las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares dormidos en cestillo italiano, he venido para ver las puertas, el trabajo, los tejados, las virtudes de color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte y su graciosa red de cazar mariposas, he venido para esperarte con los brazos un tanto en el aire, he venido no sé por qué; un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia a tantas cosas más que amables: los amigos de color celeste, los días de color variable, la libertad del color de mis ojos;
los niñitos de seda tan clara, los entierros aburridos como piedras, la seguridad, ese insecto que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles, siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; guardad los labios por si vuelvo.
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo imp
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.