texto_poema
Ni mirto ni laurel. Fatal extiende su frontera insaciable el vasto muro por la tiniebla fúnebre. En lo oscuro, todo vibrante, un claro son asciende.
Cálida voz extinta, sin la pluma que opacamente blanca la vestía, ráfagas de su antigua melodía levanta arrebatada entre la bruma.
Es un rumor celándose suave; tras una gloria triste, quiere, anhela. Con su acento armonioso se desvela ese silencio sólido tan grave.
El tiempo, duramente acumulando olvido hacia el cantor, no lo aniquila; siempre joven su voz, late y oscila, al mundo de los hombres va cantando.
Mas el vuelo mortal tan dulce ¿adonde perdidamente huyó? Deshecho brío, el mármol absoluto en un sombrío reposo melancólico lo esconde.
Qué paz estéril, solitaria, llena aquel vivir pasado, en lontananza, aunque, trabajo bello, con pujanza aún surta esa perenne, humana vena.
Toda nítida aquí, vivaz perdura en un son que es ahora transparente. Pero un eco, tan solo; ya no siente quien le infundió tan lúcida hermosura.