Telarañas cuelgan de la razón en un paisaje de ceniza absorta; ha pasado el huracán de amor, ya ningún pájaro queda.
Tampoco ninguna hoja, todas van lejos, como gotas de agua de un mar cuando se seca, cuando no hay ya lágrimas bastantes, porque alguien, cruel como un día de sol en primavera, con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.
Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia, aunque siempre nos falte alguno; recoger la vida vacía y caminar esperando que lentamente se llene, si es posible, otra vez, como antes, de sueños desconocidos y deseos invisibles.
Tú nada sabes de ello, tú estás allá, cruel como el día; el día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro, un muro, ¿no comprendes?, un muro frente al cuál estoy sólo.
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo imp
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.
Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.