Por las esquinas vagas de los sueños, alta la madrugada, fue conmigo tu imagen bien amada, como un día en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.
Agua ha pasado por el río abajo, hojas verdes perdidas llevó el viento desde que nuestras sombras vieron quedas su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve como todo lo hermoso: luz y ocaso. Vino la noche honda, y sus cenizas guardaron el desvelo de los astros.
Tal jugador febril ante una carta, un alma solitaria fue la apuesta arriesgada y perdida en nuestro encuentro; el cuerpo entre los hombres quedó en pena.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido. Mira a través de esta pared de hielo ir esa sombra hacia la lejanía sin el nimbo radiante del deseo.
Todo tiene su precio. Yo he pagado el mío por aquella antigua gracia; y así despierto, hallando tras mi sueño un lecho solo, afuera yerta el alba.
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo imp
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.
Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.