Lo sentí; no fue una separación, sino un desgarramiento; quedó atónita el alma, y sin ninguna luz, se durmió en la sombra el pensamiento.
Así fue; como un gran golpe de viento en la serenidad del aire. Ufano, en la noche tremenda, llevaba yo en la mano una antorcha con que alumbraba la senda, y que de pronto se apagó: la oscura acechanza del mal y el destino extinguió así la llama y mi locura.
Ví un árbol a la orilla del camino, y me senté a llorar mi desventura. Así fue, caminante que me contemplas con mirada absorta y curioso semblante.
Yo estoy cansado, sigue tú adelante; mi pena es muy vulgar y no te importa. Amé, sufrí, gocé, sentí el divino soplo de la ilusión y la locura; tuve la antorcha, la apagó el destino, y me senté a llorar mi desventura a la sombra de un árbol del camino.
Fue en junio y a mediodía, bajo el follaje sonoro de un árbol, que parecía gigantesco brazo moro que de la tierra salía para ofrecer su tesoro a la inmensidad del cielo: un verde y flotante velo de luz, tramado de oro.
Yo estaba entre tus brazos. y repentinamente, no sé cómo, en un ángulo de la alcoba sombría, el aire se hizo cuerpo, tomó forma doliente, y era como un callado fantasma que veía.