Miré, airado, tus ojos, cual mira agua un sediento mordí tus labios como muerde un reptil la flor; posé mi boca inquieta, como un pájaro hambriento, en tus desnudas formas ya trémulas de amor.
Cruel fue mi caricia como un remordimiento; y un placer amargo, con mezcla de dolor, se deshacía en ansias de muerte y de tormento, en frenesí morboso de angustias y de furor.
Faunesa, tus espasmos fueron una agonía. ¡Qué hermosa estabas ebria de deseo, y que mía fue tu carne de mármol luminoso y sensual!
Después, sobre mi pecho, tranquila te dormiste como una dulce niña, graciosamente triste, que sueña ¡sobre el tibio regazo maternal!
Fue en junio y a mediodía, bajo el follaje sonoro de un árbol, que parecía gigantesco brazo moro que de la tierra salía para ofrecer su tesoro a la inmensidad del cielo: un verde y flotante velo de luz, tramado de oro.
Como al fondo del mar baja el buzo en busca de perlas, la inspiración baja a veces al fondo de mis tristezas para recoger estrofas empapadas con mis penas. Y en cada uno de mis versos