Y fueron de la tarde las claras agonías: el sol, un gran escudo de bronce repujado, hundiéndose en los frisos del colosal nublado, dio formas y relieves a raras fantasías.
Mas de improviso, el orto lanzó de sus umbrías fuertes y cenicientas masas, un haz dorado; y el cielo, en un instante vivo y diafanizado, se abrió en un prodigioso florón de pedrerías.
Los lilas del Ocaso se tornan oro mate; pero aún conserva el agua su policroma veste: —sutiles gasas cremas en brocatel granate—.
Hay una gran ternura recóndita y agreste; y el lago, estremecido como una entraña, late bajo la azul caricia del esplendor celeste.
Fue en junio y a mediodía, bajo el follaje sonoro de un árbol, que parecía gigantesco brazo moro que de la tierra salía para ofrecer su tesoro a la inmensidad del cielo: un verde y flotante velo de luz, tramado de oro.
Como al fondo del mar baja el buzo en busca de perlas, la inspiración baja a veces al fondo de mis tristezas para recoger estrofas empapadas con mis penas. Y en cada uno de mis versos