Dolientes madrigales, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    Dolientes madrigales

       I 


    Por una de esas raras reflexiones 
    de la luz, que los físicos 
    explicarán llenando 
    de fórmulas un libro... 
    Mirándome las manos 
    ¿cómo hacen los enfermeros de continuo? 
    Veo en la faceta de un diamante, en una 
    faceta del diamante de mi anillo, 
    reflejarse tu cara, mientras piensas 
    que divago o medito 
    o sueño... He descubierto, 
    por azar, este medio tan sencillo 
    de verte y ver tu corazón, que es otro 
    diamante puro y limpio. 
    Cuando me muera, déjame 
    en el dedo este anillo. 



       II 


    Estoy muy mal... Sonrío 
    porque el desprecio del dolor me asiste, 
    porque aún miro lo bello en torno mío 
    y... por lo triste que es el estar triste. 
    Pero ya la fontana 
    del sentimiento mana 
    tan lenta y silenciosa, que su canto, 
    sonoro, otrora, como risa, es llanto. 



       III 


    Guardo, entre mis tesoros de cordura, 
    la nostalgia febril de la locura, 
    como gaje de ayer... para un mañana 
    que no ha de venir ya. 

    Mustia flor, que me recuerda la lozana 
    primavera y la risa entre la grana 
    de los labios... Fontana de ternura 
    que se ha secado ya. 

    Y así, no es en mí el canto, sino el cuento 
    ¿qué «ayer» nos da tan sólo el argumento?; 
    y la canción es cosa para el día, 
    que ha declinado ya. 

    Ha llenado la noche el alma mía 
    y la sombra ha ahuyentado a la poesía... 
    Porque ya el día suspirado siento 
    que no amanecerá.

    • Largas tardes campestres; 
      alamedas rosadas; 
      aire delgado que el aroma apenas 
      sostiene de la acacia; 
      huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, 
      azul de la montaña... 
      Esquilas del arambre 
      y balido, sin fin, de la majada, 
      en el silencio claro... 

    • A Rubén Darío 
       
      La hora cárdena... La tarde 
      los velos se va quitando... 
      El velo de oro..., el de plata. 
      La hora cárdena... 
      «Aún es temprano». 

      «Nada veo sino el polvo 
      del camino...» 
      «Aún es temprano». 

    • El médico me manda no escribir más. Renuncio, 
      pues, a ser un Verlaine, un Musset, un D’ Annunzio 
      —¡no que no!—, por la paz de un reposo perfecto, 
      contento de haber sido el vate predilecto 
      de algunas damas y de no pocos galanes, 

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