Por una de esas raras reflexiones de la luz, que los físicos explicarán llenando de fórmulas un libro... Mirándome las manos ¿cómo hacen los enfermeros de continuo? Veo en la faceta de un diamante, en una faceta del diamante de mi anillo, reflejarse tu cara, mientras piensas que divago o medito o sueño... He descubierto, por azar, este medio tan sencillo de verte y ver tu corazón, que es otro diamante puro y limpio. Cuando me muera, déjame en el dedo este anillo.
II
Estoy muy mal... Sonrío porque el desprecio del dolor me asiste, porque aún miro lo bello en torno mío y... por lo triste que es el estar triste. Pero ya la fontana del sentimiento mana tan lenta y silenciosa, que su canto, sonoro, otrora, como risa, es llanto.
III
Guardo, entre mis tesoros de cordura, la nostalgia febril de la locura, como gaje de ayer... para un mañana que no ha de venir ya.
Mustia flor, que me recuerda la lozana primavera y la risa entre la grana de los labios... Fontana de ternura que se ha secado ya.
Y así, no es en mí el canto, sino el cuento ¿qué «ayer» nos da tan sólo el argumento?; y la canción es cosa para el día, que ha declinado ya.
Ha llenado la noche el alma mía y la sombra ha ahuyentado a la poesía... Porque ya el día suspirado siento que no amanecerá.
¡Qué bonita es la princesa! ¡qué traviesa! ¡qué bonita la princesa pequeñita de los cuadros de Watteau! Yo la miro, ¡yo la admiro, yo la adoro! Si suspira, yo suspiro; si ella llora, también lloro; si ella ríe, río yo.
El médico me manda no escribir más. Renuncio, pues, a ser un Verlaine, un Musset, un D’ Annunzio —¡no que no!—, por la paz de un reposo perfecto, contento de haber sido el vate predilecto de algunas damas y de no pocos galanes,