La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando... El velo de oro..., el de plata. La hora cárdena... «Aún es temprano».
«Nada veo sino el polvo del camino...» «Aún es temprano».
«¿Gritaron, madre?» «No, hija; nadie habló... ¿Lloras?...» «Lo blanco del camino que contemplo las lágrimas me ha saltado...» «No es eso...» «Yo no sé, madre». «Él vendrá, que aún es temprano».
«Madre, el humo se está quieto, las nubes parecen mármol..., y los árboles diríase, que tienden abiertos brazos».
Un mendigo horrible pasa, y hacia el castillo ha mirado.
....................
Una negra mariposa revolotea en el cuarto. La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando...
El velo de oro, el de plata..., el de celajes violados. ... Y el sol va a caer allá lejos, guerrero herido en el campo.
¡Mal hayan los servidores que sin su señor tornaron, los que con él se partieron y traen, sin él, su caballo!
¡Qué bonita es la princesa! ¡qué traviesa! ¡qué bonita la princesa pequeñita de los cuadros de Watteau! Yo la miro, ¡yo la admiro, yo la adoro! Si suspira, yo suspiro; si ella llora, también lloro; si ella ríe, río yo.
El médico me manda no escribir más. Renuncio, pues, a ser un Verlaine, un Musset, un D’ Annunzio —¡no que no!—, por la paz de un reposo perfecto, contento de haber sido el vate predilecto de algunas damas y de no pocos galanes,